Después de aquel
invierno en tres entregas, esperó a que pasaran las lluvias para reinventarse
en calles, macetas y tugurios.
Nunca nadie supo
si conocía o no el camino de vuelta a casa, sólo algunos supieron que a veces
amanecía entre flores o tinieblas, vestida a medias o con zapatos, y que entre
espasmos recogía baldosines y farolas.
Y fue en la
estación de las piernas agrietadas y los labios sangrientos cuando decidió
abrir la ventana.
Y fue en esta misma estación cuando se dio cuenta que en la calle seguían las mismas camas,
las mismas postales y las mismas hierbas.
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Y aquel fue el invierno en que nos hicimos mayores.
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