lunes, 19 de marzo de 2012

lola

Y todo pasó en un bar de pueblo de uno de esos pueblos que sólo tienen bar. Y una parroquia.

Llegó extrañando algún país, ciudad o barrio. Dejó su vespino del mismo color que el cielo aparcado en la puerta. Pidió alguna especie de licor y le sirvieron un coñac. Su juventud rompió entre las paredes de aquel lugar del que los hijos, del que los nietos, se habían ido tiempo atrás.

Don Federico, cigarrillo en boca, se giró. El extraño, desde la barra, también, y se cruzaron una mirada tan intensa como la de los duelos de estas películas del oeste que se veían de fondo los domingos por la tarde en la televisión del bar.

Una lágrima se desprendió de los ojos de Don Federico, mientras miraba al extraño desde el otro extremo del local. Se preguntaba que por qué él, si le había jurado, si le había dicho, tanto tiempo atrás, y desde ahí, desde tan lejos, y tanto, tanto tiempo atrás…

El extraño se levantó y se acercó a Don Federico y éste, olvidando por completo la partida de dominó que tenía entre manos, le dio un beso en la mejilla, y salieron a sentarse en el banco de fuera del bar.

- ¿Cómo puede ser que ahora, y así, igual que entonces, y hace tanto tiempo, regreses aquí? –medio sollozó de emoción y miedo Don Federico mientras agarraba nerviosamente el bastón.

- Uno pasa los años a elección, y ya ves, estoy tan joven y tan muerto como entonces. Y hace tanto tiempo Federico, tienes razón.

- ¿Por qué me haces esto ahora, que ya he aprendido a vivir?

- Quizá has aprendido a vivir, pero te has olvidado de otras cosas, Federico. Ahora quizás ya es tarde, o quizás no. No lo sé. Aquellos eran otros tiempos, yo también los viví.


- Tú lo has dicho: uno pasa los años a elección. Y tú te fuiste, ¿recuerdas?, y yo tuve que seguir desde aquí, sabiendo –porque me lo juraste ¿lo recuerdas también?- que no te volvería a ver jamás. Pero ahora…

- … ahora estoy aquí, como el de entonces. Soy el mismo. Somos los mismos. Los años tampoco cambian tantas cosas: tú, por ejemplo, sólo has envejecido.

Don Federico rompió a llorar. La vida que se había construido sobre los cimientos de arena de sus dudas hechas certezas, se empezaba a derrumbar. Toda una vida olvidando –pensó- para que el más absurdo de los azares te recuerde que no has olvidado absolutamente nada.

- Aún estás a tiempo Federico, ¿te vienes conmigo ahora?

Y en aquel bar de pueblo de uno de aquellos pueblos que sólo tienen bar y una parroquia, Don Federico no volvió jamás.